El ladrillo boomerang.
Cuando sentirmos sentimos agresividad hacia los demás, terminamos haciendonos daño a nosotros mismos. Es importante transformar la ira en acción para que no nos rebote contra nosotros mismos y no lo convirtamos en una autoagresión.
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El ladrillo boomerang.

(Cuentos para pensar)

Aquel día yo estaba muy enfadado. Estaba de mal humor y todo me molestaba. Mi actitud en el consultorio fue quejosa y poco productiva. Odiaba todo lo que estaba haciendo y todo lo que tenía. Pero, sobre todo, estaba enojado conmigo mismo. Como en un cuento de Papini que me leyó Jorge, aquel día yo sentía que no podía soportar «ser yo mismo».

– Soy un estúpido- dije (o me dije a mi mismo)-.
– Un grandísimo imbécil… Creo que me odio.
– Te odia la mitad de la población de este consultorio. La otra mitad te va a contar un cuento.

Había una vez un hombre que iba por el mundo con un ladrillo en la mano.Había decidido que cada vez que alguien le molestara hasta hacerle rabiar, le daría un ladrillado. El método era un poco troglodita, pero parecía efectivo, ¿no?

Sucedió que se cruzó con un amigo muy prepotente que le habló con malos modos. Fiel a su decisión, el hombre agarró el ladrillo y se lo tiró.

No recuerdo si le alcanzó o no. pero el caso es que después, tener que ir a buscar el ladrillo le pareció incómodo. Decidió entonces mejorar el «Sistema de Autopreservación del Ladrillo», como él lo llamaba. Ató al ladrillo un cordel de un metro y salió a la calle. Esto permitía que el ladrillo nunca se alejara demasiado, pero pronto comprobó que el nuevo método también tenía sus problemas: por un lado, la persona destinataria de su hostilidad tenía que estar a menos de un metro y, por otro, después de arrojar el ladrillo tenía que tomarse el trabajo de recoger el hijo que , además, muchas veces se liaba enredaba, con la consiguiente incomodidad.

Entonces el hombre inventó el «Sistema Ladrillo III». El protagonista seguía siendo el mismo ladrillo pero, este sistema, en lugar de un cordel llevaba un resorte. Ahora el ladrillo podía lanzarse una y otra vez y regresaría solo, pensó el hombre.

Al salir a la calle y recibir la primera agresión, tiró el ladrillo. Erró, y no pegó en su objetivo porque, al actuar el resorte, el ladrillo regresó y fue a dar justo en la cabeza del hombre.

Lo volvió a intentar, y se dio un segundo ladrillado por medir mal la distancia.
El tercero, por arrojar el ladrillo a destiempo.
El cuarto fue mu particular porque, tras decidir dar un ladrillado a una víctima, quiso protegerla al mismo tiempo de su agresión, y el ladrillo fue a dar de nuevo en su cabeza.
El chichón que se hizo era enorme…
Nunca se supo por qué no llegó a pegar jamás un ladrillado a nadie: si por los golpes recibidos o por alguna deformación de su ánimo.
Todos los golpes fueron siempre para él mismo.

– Este mecanismo se llama retroflexión:

Básicamente consiste en proteger a los demás de nuestra propia agresividad. Cada vez que lo hacemos, nuestra energía agresiva y hostil se detiene antes de llegar al otro por medio de una barrera que nos imponemos nosotros mismos. Esta barrera no absorbe el impacto, sino que simplemente lo refleja. Y todo ese enfado, ese malhumor, esa agresión se vuelve contra nosotros mismos a través de conductas reales de autoagresión (autolesionarse, darse atracones de comida, consumir drogas, correr riesgos inútiles) y otras veces, mediante emociones o sentimientos disimulados (depresión, culpa, somatización).

Es muy probable que un utópico ser humano «iluminado», lúcido y sólido jamás se enojara. Nos resultaría muy útil no enfadarnos nunca, sin embargo, una vez sentimos la rabia, la ira o el fastidio, la única manera de librarse de ellos es sacándolos fuera transformados en acción. De lo contrario, lo único que conseguimos, más tarde o más temprano, es enfadarnos con nosotros mismos.

Jorge Bucay.
Adaptado por Magdalena Cubel Alarcón
Psicóloga Clínica de Valencia (Benimaclet)

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