¿Para qué sirve la terapia?
Jorge Bucay nos describe a través de uno de sus cuentos qué es la terapia y para qué sirve, definiendo asi que la terapia no es más que una herramienta para poder cavar en el lugar correcto y desenterrar el tesoro escondido y el terapeuta no es más que aquel soldado que, a su modo, te dice una y otra vez dónde debes buscar y repite incansablemente que es estúpido buscar fuera.
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¿Para qué sirve la terapia?

«El tesoro enterrado»
(Cuentos para pensar)

La sesión anterior me había dejado inquieto, por no decir preocupado. Aquel hombre seguía cagándose encima, y no importaba en manos de qué terapeuta cayera. Eso me obligó a replantearme mi propia decisión de hacer terapia: después de todo, yo no quería seguir yendo a consulta ni para llegar a entender por qué, ni para usar calzoncillos de goma, ni para que dejara de importarme. Así que, si eso era lo que se podía obtener de esta inversión de tiempo y de dinero, había llegado la hora de dejarlo.

– Entonces, gordo, ya no es un problema de escuelas terapéuticas. Mi planteamiento es ahora ¿para qué estoy aquí?

– Lamentáblemente, esa respuesta no la tengo yo. La respuesta la tienes tú.

– Estoy confundido, muy confundido. Hasta la última sesión, yo estaba seguro de la utilidad de la psicoterapia. Yo era una de esas personas que mandan a todos sus amigos al terapeuta. Pero, de repente, en la sesión pasada mi propio terapeuta me dice que un hombre que llega cagándose encima, cojeando, deprimido o loco, se irá tan cagado, cojo, triste y enejenado como llegó. No entiendo nada. Esto es muy confuso.

– No se consigue nada poniéndose a la confusión. Te molesta la situación porque crees que deberías tenerlo todo claro, deberías no estar confuso, deberías tener todas las respuestas, deberías, deberías… Relájate, Demian. Como ya te dije, en Gestalt el único «deberías» es:

«Deberías saber que no «deberías» nada en absoluto».

– Es verdad. Incluso sin «deberías» hay respuestas que necesito y no tengo

– ¿Te cuento un cuento?

Ese día, más que otros, abrí mis oídos. Yo sabía que un relato, una parábola y hasta un chiste de Jorge me habían ayudado a encontrar la claridad dentro de la confusión.

Había una vez, en la ciudad de Cracovia, un anciano piadoso y solidario que se llamaba Izy. Durante varias noches, Izy soñó que viajaba a Praga y llegaba hasta un puente sobre un río. Soñó que a un lado del río, y debajo de un puente, se hallaba un frondoso árbol. Soñó que él mismo cavaba un pozo al lado del árbol y que de ese pozo sacaba un tesoro que le raía bienestar y tranquilidad para toda la vida.

Al principio, Izy no le dio importancia, Pero cuando el sueño se repitió durante varias semanas, interpretó que era un mensaje y decidió que no podía desoír esa información que le llegaba de Dios, o de no sabía dónde, mientras dormía. Así que, fiel a su intuición, cargó su mula para un largo viaje y partió hacia Praga.

Después de seis días de marcha, el anciano llegó a Praga y se dedicó a buscar el puente sobre el río en las afueras de la ciudad. No había muchos ríos ni muchos puentes, así que rápidamente encontró el lugar que buscaba. todo era igual que en su sueño: el río, el puente y, a un lado del río, el árbol debajo del que debía cavar. Solo había un detalle que no gañía aparecido en su sueño: el puente era custodiado día y noche por un soldado de la guardia imperial. Izy no se atrevía a cavar mientras el soldado estuviera allí, así que acampó cerca del puente y esperó.

La segunda noche, el soldado empezó a sospechar de aquel hombre que acampaba cerca de su puente, así que se aproximó para interrogarle. El viejo no encontró razón para mentirle. Por eso le contó que había llegado desde una ciudad muy lejana porque había soñado que en Praga, bajo un puente como aquél, había un tesoro enterrado.

El guardia empezó a reírse a carcajadas.

– Has viajado mucho por una estupidez -le dijo-. Desde hace tres años, yo sueño todas las noches que en la ciudad de Cracovia, debajo de la cocina de un viejo loco llamado Izy, hay un tesoro enterrado. ¡Ja, ja, ja! ¿Crees que yo debería ira a Cracovia a buscar a ese Izy y cavar bajo su cocina? ¡Ja, ja!
Izy dio amablemente las gracias al guardián y regresó a su casa. Al llegar, cavó un pozo bajo su cocina y encontró el tesoro que siempre había estado allí enterrado.

Después del cuento, el gordo hizo un gran silencio hasta que sonó el timbre de la puerta. Era su siguiente paciente. Jorge se acercó, me abrazó, me besó en la frente y me fui.

Repasé la sesión mentalmente. Al principio de la conversación, el gordo me había dicho lo mismo que quería explicarme con su cuento: «La respuesta a tus preguntas no la tengo yo, sino tu».

Las respuestas las encontraría en mí. No en Jorge, ni en los libros, ni en la terapia, ni en mis amigos. ¡En mí! ¡Solo en mí!

Como Izy, el tesoro que estaba buscando estaba aquí y en ningún otro sitio.
En ningún otro lugar, me repetía una y otra vez. «En ningún otro lugar».

Y entonces me dí cuenta: nadie podía decirme si la terapia «sirve» o no. Sólo yo podía saber si «me sirve», y esta respuesta es tan sólo válida para mí (y sólo en este momento, por ahora). Ahora entendía que yo había pasado gran parte de mi vida buscando a alguien que me dijera qué estaba bien y qué estaba mal. Buscando a otros que me miraran para verme a mí mismo. Buscando fuera lo que en realidad siempre estuvo dentro, debajo de mi propia cocina.

Ahora quedaba claro que la terapia no es más que una herramienta para poder cavar en el lugar correcto y desenterrar el tesoro escondido. El terapeuta no es más que aquel soldado que, a su modo, te dice una y otra vez dónde debes buscar y repite incansablemente que es estúpido buscar fuera.

La confusión había cesado y, como Izy, me sentí afortunado y tranquilo al saber, por fin, que el tesoro está conmigo, que siempre lo estuvo y que es imposible perderlo.

Jorge Bucay
(Adaptado por Magdalena Cubel Alarcón
Psicóloga Clínica de Valencia (Benimaclet)

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