¿Hiperactividad, depresión o déficit de sueño?
Este artículo describe la importancia de hacer un diagnóstico diferencial entre hiperactividad, depresión o déficit de sueño ante síntomas relacionados con alteraciones emocionales o cognitivas como el fracaso escolar o bajo rendimiento académico.
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¿Hiperactividad, depresión o déficit de sueño?

Es sorprendente observar cuántos niños llegan a la consulta “etiquetados” como hiperactivos, y cuántos adolescentes llegan “etiquetados” como depresivos. Pero lo más sorprendente es, que al hacer la evaluación, a la conclusión que llegamos es que su problema está relacionado con el “sueño”.

Actualmente, los niños llevan ritmos muy fuertes de vida; han de madrugar mucho según el horario de trabajo de los padres, algunos van a la “escola matinal”, han de rendir académicamente, han de cumplir con las actividades extraescolares…, y estos mismos niños (y también otros) son los que por las noches se acuestan después de las 11h. porque los padres han llegado tarde y no los han visto en todo el día, porque quieren ver dibujos o porque no pueden perderse el capítulo de la «serie de turno».

De manera que nos estaríamos enfrentando con niños y adolescentes que tienen una falta crónica de horas de sueño.

Este es un problema serio que afecta directamente al niño y al adolescente e indirectamente al medio familiar.

Ante una privación de sueño, las áreas que se ven afectadas son tres:

• cognitiva (con fallos en la memoria y confusión mental)

• motora (con fatiga y somnolencia)

• emocional (con irritabilidad, sentimientos depresivos y agresividad)

De estas tres, el área emocional es la que se ve más afectada, y después el rendimiento cognitivo, produciéndose en general un incremento de la irritabilidad y la impulsividad, y un descenso de la atención y el autocontrol, por lo que se necesitará más esfuerzo y más motivación para poder realizar cualquier tarea.

Es curioso, pero los niños en edad preescolar , ante la pérdida de sueño, a corto plazo no muestran somnolencia, están mucho más activos, más inquietos y más irritables, lo que hace que los padres estén todo el tiempo pendientes de ellos llamándoles la atención por su “mal comportamiento”, consiguiendo que los niños estén más oposicionistas y toleren mal la frustación, llegando a provocar situaciones límites que alteran el medio familiar.

Suelen estar desatentos y esto afecta directamente a su rendimiento escolar, disminuyéndolo, pudiendo en ocasiones acabar en fracaso escolar.

Cuando un niño en edad escolar, “responsable”, observa que pese a que se esfuerza sigue manteniendo el fracaso escolar, a largo plazo es probable que empiece a estar más apático y que pierda interés por los temas escolares dado el esfuerzo mental que suponen, y como consecuencia puede que termine rechazando las tareas escolares e incluso abandonando los estudios o bien, que se sienta frustrado e impotente, pensando que no tiene capacidad y que “no podrá estudiar una carrera”, afectando negativamente a su autoestima y pudiendo presentar síntomas depresivos.

El adolescente preocupado por sus estudios, al detectar una bajada en su rendimiento escolar va a tratar de compensarlo y probablemente se quedará a estudiar más por la noche, tomará estimulantes (café, Coca-cola…), fumará más (si es fumador) porque está más nervioso, lo que agravará la situación y empeorará la calidad de su sueño.

Además el adolescente, contrariamente al niño escolar, está muy somnoliento por la mañana, no se acostaría por la noche pero tampoco se levantaría por la mañana. Si esta situación se mantiene durante mucho tiempo empezará a estar agotado físicamente, a no rendir mentalmente, teniendo “lapsus” y “déficits” de atención, a estar más apático e incluso deprimido, disminuyendo su rendimiento y presentando fracaso escolar.

Según la Dra. M. Carskadon, no es cierto que los adolescentes necesiten dormir menos que los niños en edad escolar, en sus últimas investigaciones los resultados apuntan a que éstos necesitan dormir más, sin embargo debido a los cambios físicos (hormonales), cambios ambientales (paso del colegio al instituto…), y cambios en los horarios y en los hábitos de estudio (empiezan a estudiar más por la noche…), suelen dormir menos de lo que necesitan y como consecuencia van a estar excesivamente inquietos y excitados, preocupándose en exceso por “sus cosas”, generando ansiedad y miedos ante distintas situaciones estresantes para ellos (exámenes, relaciones sociales, adaptación escolar…).

En situaciones extremas, como en épocas de exámenes, pueden llegar a no dormir nada o si lo hacen son menos de 5 horas, lo que a veces puede desatar, en sujetos vulnerables, un episodio psicótico.

Por otro lado, suele ser frecuente que los niños y adolescentes que no descansan bien presenten cefaleas, e incluso se vean involucrados en más accidentes al verse disminuidos sus reflejos y no prestar atención.

Por todo esto, mi objetivo al escribir estas líneas es recordar la importancia de la calidad del sueño en la edad escolar y adolescencia y las consecuencias que puede tener su privación, así como la sugerencia de tenerlo en cuenta para un posible diagnóstico diferencial con un trastorno por déficit de atención con hiperactividad y depresión, antes de iniciar un tratamiento.

Magdalena Cubel Alarcón

Psicóloga Clínica Valencia (Benimaclet)

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