Cuento para el «coronavirus»
Licenciada en Psicología y especialista en Psicología Clínica. Psicoterapeuta profesional desde 1991. Psicología infantil, adolescentes y adultos.
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Cuento para el «coronavirus»

María era una niña de de 8 años que le gustaba mucho escuchar. Le encantaba sentarse en silencio y prestar atención a los ruiditos que nadie solía prestar atención, el tic- tac del reloj, el ruidito de las hojas de los arboles cuando el viento las movía, las gotas de lluvia cuando caían suaves, y luego fuerte. Prestar atención a estos ruiditos le daban  tranquilidad.

Un día estaba todo tan en silencio alrededor, que puedo escuchar algo que nunca había prestado atención: su respiración. “¡Qué pasada!”, noto como entra y sale el aire, y los diferentes ruidos que hace. Empezó a jugar con su respiración para oír los diferentes ruiditos que hacía. Respiro rápido y fuerte, y lo oía perfectamente. Luego intento hacerlo cada vez más lento y con más suavidad, para ver hasta qué punto podía seguir oyendo su respiración, y se dio cuenta que eso aun le dejaba más tranquila.  En ese mismo instante, tan relajada y tranquila, se dio cuenta que empezaba oír otros nuevos ruiditos para ella, que venían de dentro de su cuerpo: el latido de su corazón, los ruiditos de su barriguita haciendo la digestión, y hasta pudo escuchar unas vocecitas que le decían: “Hola María, somos tus defensas, cuidamos tu cuerpo por dentro”

“Wuau” dijo María. “¿Y cómo estáis?”

Sus defensas con voz enérgica le contestaron: “Muy bien, gracias a ti”

“¿Gracias a mi?” Preguntó María.

“Si. Cada vez que te cuidas, que te alimentas bien, que haces ejercicio, descansando, que te calmas, nos estas ayudando a nosotros, y eso nos hace más fuertes”.

 

María estaba muy contenta, escuchar los ruiditos de su cuerpo la hacían sentir más fuerte y segura. Tenía muchas ganas de explicárselo a sus amigos. Por la tarde fue al parque, y al verlos fue corriendo a contarles. Se sentó junto a Juan, su mejor amigo, y le intento enseñar a escuchar su cuerpo, pero Juan no paraba de toser, y solo oía su tos. De tanto toser, salpicó la cara de María.

María se alejo porque noto que su cuerpo se había puesto inquieto, y quiso saber qué pasaba. Sus vocecitas le dijeron: “Ha entrado alguien nuevo, que quiere quedarse, se llama coronavirus, quieren ir a vivir a tus pulmones, pero no sabe cuidar el cuerpo, solo lo daña. Tenemos que sacarles fuera!!!”

Entonces María, comenzó a pensar como podía ayudar a sus defensas, y recordó que si se alimentaba bien, hacia ejercicio, descansaba, y estaba en calma, las defensas eran más fuertes.

Sus defensas empezaron a empujar al coronavirus para que se vaya a otro sitio a vivir. Algunos caían al suelo y se iban a otro sitio. Otros seguían intentando entrar. Las defensas empujaban con tanta fuerza que sacaban fuego. María comenzó a notar que su temperatura había subido un poquito.

El cuerpo de María comenzó a toser para sacar fuera al coronavirus, y algunos salieron volando, lejos, lejos.

Cada vez quedaban menos, las defensas de María estaban muy fuertes y no les dejaban pasar.

Poco a poco, María se iba sintiendo mejor, y quiso ir al parque a avisarles a sus amigos lo que estaba pasando. Al llegar al parque vio a un abuelito en un banco, se sentó a su lado para avisarle que el coronavirus estaba buscando un sitio para vivir, pero que no le teníamos que dejar entrar. Y mientras le explicaba, a María le salió un fuerte estornudo, y un montón de coronavirus salieron volando. Algunos cayeron al suelo, otros volaron lejos, y otros entraron justo al a nariz del abuelito.

Las defensas del abuelito, que ya eran también viejitas, no tenían tanta fuerza como las de María para empujarlos fuera. Los coronavirus  comenzaron a empujar a las defensas del abuelito hasta llegar a su pulmón para comenzar a construir su ciudad.

EL abuelito empezó a encontrarse sin fuerzas, y fue al Hospital para que le ayuden a cuidarse.

María se dio cuenta que no todos los cuerpos tenían unas defensas tan fuertes, y que hasta que no sacara todo el coranovirus de su cuerpo, mejor no acercarse a los demás.

 

Decidió quedarse en casa, a cuidar su cuerpo, oírlo y relajarlo, para ayudarle a sus defensas a empujar del todo al coronavirus fuera. Y en su ventana puso un cartel bien grande que ponía:

 

Quedaros en casa.

Cuidaros, comer sano.

Descansar y escuchar a vuestro cuerpo.

¡¡¡Empujemos juntos al coronavirus fuera!!!

 

Mientras colgaba el cartel, desde la ventana vio como el abuelito ya salía del Hospital y se iba a su casa a seguir cuidándose unos días más, hasta recuperar del todo su cuerpo y sus defensas.

 

Florencia Scarpato

Psicóloga. Clínico. Consultora EMDR

Magda Cubel Alarcón

Psicóloga Clinica

Valencia Benimaclet

Centropsicologico MCA

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