El molde de las críticas
La clase de cerámica estaba a punto de comenzar y cada uno de los dioses tenía delante su porción de barro. Como de costumbre, mantenían un debate acerca de qué crearían ese día.
-Podríamos crear los árboles, son muy fáciles: un rulo grande para el tronco y otros pequeños para las ramas…
-Qué vago eres -dijo la diosa de las acciones- vamos a trabajar un poco hoy: hagamos seres humanos.
-Qué pereza… -replicó el dios de los esfuerzos mínimos- tú siempre tan motivada…
-¡Sí! ¡Seres humanos! Es una tarea que tenemos pendiente desde hace miles de años… -añadió el dios de los placeres.
La profesora intervino y propuso que cada uno trabajara su trozo de barro para así crear moldes que dieran lugar a diferentes tipos de humanos, en miniatura, por ser el primer día. Un gran revuelo se formó en el taller hasta que cada dios hubo elegido el tipo de persona que crearía.
Antes de empezar, la profesora recorrió cada mesa para interesarse por los tipos de molde que cada uno fabricaría.
–Yo crearé el molde de la pasividad… Pienso que el humano será un ser cómodo, egoísta, que no moverá un dedo a no ser que sea estrictamente necesario…
–Yo haré el molde de la inteligencia, pienso que el ser humano será inteligente, con mucha capacidad mental -comentó la diosa de la sabiduría.
-Qué va -dijo el dios de los placeres- las personas serán glotonas, hedonistas, simplemente buscarán satisfacer sus necesidades e instintos…
Teniendo claro el tipo de modelo a crear, los dioses trabajaron el barro y después sacaron su molde para dar vida a los primeros prototipos. Todos pudieron observar cómo el barro se adaptaba al molde perfectamente, sin oponer apenas resistencia.
Después, los metieron a cocer en el horno. Mientras esperaban, los dioses se entretenían creando pequeñas cosas como gotas de lluvia y hormigas
Cuando la profesora abrió el horno, salieron las figuras y no tardaron en bajar a las mesas e interactuar unas con otras. Salvo la que se había creado con el molde de la pasividad, ella ni siquiera se asomó.
Los dioses no pudieron evitar tomar partido y se posicionaron de parte de las figuras que habían creado, criticando la actitud de las demás. El que se llevaba peor parte de las críticas era el vago, de modo que las demás figuras terminaron por subir al horno de nuevo y sacarlo de allí a la fuerza.
La figura hedonista resbaló, había metido un pie en el agua cuando los demás no miraban, y se precipitó al vacío arrastrando con ella a las demás. Una tras otra, se hicieron añicos contra el suelo del taller. Los dioses se quedaron en silencio.
La profesora preguntó por qué había pasado tal desastre y la culpa fue pasando de unos a otros hasta que el dios de los esfuerzos mínimos dijo:
-Quizá si no lo hubiera creado con el molde de la pereza, mi ser humano hubiera salido del horno.
-Bueno, si no hubiera utilizado el molde del hedonismo, mi figura no hubiera metido un pie en el agua -admitió el dios de los placeres.
-Si mi molde hubiera tenido empatía además de inteligencia, mi figura hubiera esperado a que la hedonista se bañara…
-Sí, y bueno, si el mío hubiera tenido paciencia además de energía, se hubiera esperado a crear un plan antes de salir al mundo… -concluyó la diosa de las acciones.
-Creo que vamos a dejar la creación de humanos para final de curso -anunció la profesora-. Mañana haremos algo más sencillo, los peces, por ejemplo.
El dios de los esfuerzos mínimos colaboró en la recogida de los pedazos de barro, el de los placeres tuvo la idea de guardarlos para final de curso, la diosa de la sabiduría le halagó por la idea y la diosa de las acciones prefirió observar la escena sentada.
Así, se dieron cuenta de que habían aprendido una gran lección: debían dejar a un lado las críticas y apreciar en el otro sus virtudes, más allá de las etiquetas. Al fin y al cabo, todos eran dioses.
Al igual que podemos creer lo que los demás dicen sobre nosotros, podemos no oír las críticas destructivas y romper las etiquetas que se nos han colocado. Es decir, podemos cambiar la forma de nuestro molde si admitimos nuestras virtudes y cambiamos lo que pensamos sobre nosotros mismos.
Antes de criticar a otra persona, debemos ser conscientes del perjuicio que podríamos causarle. No tenemos derecho a juzgar a nadie, solo podemos dar nuestra opinión, y esta no tiene porque ser cierta: todos llevamos un dios bajo nuestra capa de barro.
Adaptado de Mar Pastor.
Magdalena Cubel Alarcón
Psicologa Clínica Valencia Benimaclet
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