Lo que somos hoy es fruto de lo que hemos vivido
Todos tenemos una infancia y todos hemos tenido unos padres. En función de cómo nos han visto y atendido nuestros padres en los primeros años de vida vamos a darle sentido al mundo y a como relacionarnos con él; vamos a sentirnos más seguros para poder explorar, o por el contrario vamos a sentirnos más perdidos e inseguros.
Dicha inseguridad puede ser fruto de alguna herida emocional; de alguna experiencia dolorosa de la infancia que va a influir en cómo nos veremos a nosotros mismos, como veremos el mundo y definirá quiénes somos y cómo afrontaremos las adversidades.
A la base de dichas heridas pueden haber algunos de estos miedos:
1.- miedo al abandono
2.- miedo al rechazo
3.- miedo a la traición
4.- miedo a confiar
5.- miedo a la injusticia.
Ningún niño está preparado para no ser atendido cuando se siente en peligro. Sentirse protegido por su cuidador es lo que le hace sentirse seguro y lo que le permite seguir relacionandose con el mundo y poder sobrevivir. Pero no todos los cuidadores están en condiciones de poder atender las necesidades del bebé y sin ser conscientes, al no responder con rapidez a dichas necesidades, pueden hacer que el bebé se sienta abandonado.
Un niño que se sintió poco atendido en la infancia va a tener un gran miedo al abandono, a la soledad y al rechazo en la edad adulta, y esto le repercutirá en sus relaciones con sus iguales y también con sus parejas.
Si los cuidadores no son sensibles y rechazan el comportamiento del niño, este crecerá con la sensación de que no es lo suficientemente bueno y de que no está a la altura de las circunstancias. Intentará obtener el reconocimiento de sus cuidadores por todos los medios, y tendrá la sensación de ser «malo» y no merecerse nada.
La desaprobación y la crítica tampoco ayuda a que un niño se sienta válido, y es muy probable que sentirse incapaz le lleve a comportarse de forma dependiente.
La exigencia excesiva por parte de los cuidadores genera sentimientos de ineficacia y de inutilidad; “todos somos genios, pero si juzgas a un pez por su habilidad de trepar un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es estúpido e incapaz” y esto le generará dificultades para tomar decisiones.
Estas características hacen que al llegar a la edad adulta podamos tener ciertas dificultades en las distintas áreas de nuestra vida. Será misión del terapeuta poder acompañarle a bucear en su historia y averiguar con él, qué experiencias vivió que le han podido llevar a sentir y a estar como lo hace en la actualidad, para poder entender, poder aceptar y poder decidir si hay algún mecanismo que le fue útil en el pasado que quiera modificar para afrontar el presente.
Magdalena Cubel Alarcón
Psicóloga Clínica Valencia (Benimaclet)
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