Dormir, ¿para qué?
Cuando hablamos de sueño, algunos podrían pensar que es un periodo en el que la activación cerebral cesa durante un tiempo, sin embargo el sueño es fruto de la actividad cerebral, aunque diferente de la que se realiza durante la vigilia.
El sueño es un proceso biológico, que se repite con una ritmicidad circadiana (cada 24-26 horas aproximadamente), condicionado por factores psicosociales. Guarda relación con la temperatura interna, y con la alternancia de la luz-oscuridad. Este último es el sincronizador más potente para establecer el ritmo del sueño, que se establece en los bebés a partir de los 6 meses de edad.
Es un proceso donde se producen un ajuste de todo el organismo del sistema nervioso autónomo, del sistema nervioso central, de la función endocrina e inmunológica.
Existen 2 tipos de sueño diferentes:
Sueño REM:
Se caracteriza por movimientos oculares rápidos, atonía muscular y actividad bioeléctrica cerebral rápida.
En este sueño se produce un aumento de la tensión arterial y la frecuencia cardiaca, la actividad respiratoria se vuelve más irregular y la atonía incrementa la resistencia de las vías aéreas superiores (de ahí que se produzcan apneas en sujetos con características determinadas), y se altera notablemente el control de la temperatura corporal.
Relacionada con la actividad endocrina se segregan y liberan determinadas hormonas, como la del crecimiento en los niños, la prolactina, la hormona estimulante del tiroides y gonadotropinas.
Durante este sueño también se potencia la actividad del sistema inmunológico, lo que explicaría la tendencia a dormir durante los procesos infecciosos.
Es el sueño encargado de afianzar los aprendizajes, consolidar la memoria, el procesamiento de la información recién adquirida y almacenada y programar una conducta adaptativa. Algunos creen que olvida la información irrelevante, haciendo como “una limpieza cerebral”, y que facilita una “descarga emocional” a través de los ensueños.
Sueño NREM:
La actividad bioeléctrica cerebral va disminuyendo hasta llegar a un grado muy lento.
Es el sueño encargado de descansar físicamente al cuerpo.
Estos tipos de sueño se alternan durante la noche, predominando en la primera parte de la noche el sueño NREM y en la segunda el REM. En una noche pueden haber 4-5 ciclos de sueño NREM/REM, con una duración de entre 90 y 115 minutos cada ciclo.
En los bebés la mayor parte del sueño es REM, y hacia los 3 años de vida alcanza un 25%.
Conforme nos hacemos mayores necesitamos menos sueño NREM, especialmente en la ancianidad.
Pero ¿Cuántas horas tenemos que dormir?
Existe la creencia generalizada de que lo normal es dormir 8 horas, pero esto no es exactamente cierto. Cada persona necesita dormir una cantidad de horas; algunos están bien durmiendo alrededor de 6, otros alrededor de 7-8 y otros necesitan más de 8, y todas estas cantidades son normales.
¿Qué consecuencias puede tener no dormir lo suficiente?
La falta de sueño afecta en primer lugar al estado de ánimo (irritabilidad, sentimientos depresivos, suspicacia, cambios de humor…), en segundo lugar a las funciones cognitivas (aumento de la somnolencia diurna y la fatiga, dificultades de concentración y embotamiento, disminución de la capacidad de centrar la atención, de tomar decisiones y de planificar tareas) y en menor medida a las funciones motoras.
Si existiera una privación total de sueño, lo que se ve disminuido es la motivación y la atención (de ahí las personas que van a trabajar o al instituto sin dormir no tengan ganas de nada y estén distraídas).
Esto es importante cuando hablamos de los adolescentes, ya que si deciden acudir a los exámenes sin dormir la noche anterior, deben tener en cuenta que su rendimiento va a ser menor y las probabilidades de fallar en el examen son mayores.
Los síntomas cognitivos y del estado de ánimo remiten cuando se recupera el sueño.
Por otro lado, la fragmentación del sueño (lo que sucede en el caso de las personas con apneas de sueño o piernas inquietas) puede provocar un marcado descenso de la atención, inestabilidad emocional y dificultades de atención y concentración. También altera el nivel de alerta (por eso se pueden tener accidentes) y el rendimiento al día siguiente.
Como conclusión, podemos decir que tanto la duración como la continuidad del sueño influyen en su valor de recuperación; la privación de sueño repercute más en el plano cognitivo-emocional que en el fisiológico, afectando preferentemente a las tareas cognitivas complejas y disminuyendo el rendimiento; la privación parcial de sueño y su interrupción reiterada tiene efectos más negativos que la privación total. De estos datos se deduce la importancia de tener un sueño adecuado para el bienestar personal, la productividad laboral y la salud pública.
Magdalena Cubel Alarcón
Psicóloga Clínica Valencia (Benimaclet)
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