Carta de un hijo a todos los padres
Trátame con amabilidad y cordialidad, igual que a tus amigos. Que seamos familia, no significa que no podamos sentirnos amigables.
No me grites. Te respeto menos cuando lo haces. Y me enseñas a gritar a mi también sin darme cuenta.
Si hago algo malo, no me preguntes por qué lo hice. A veces, ni yo mismo lo sé.
No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por ti (aunque sea para sacarte de un apuro). Haces que pierda la fe en lo que dices y me sienta mal.
Cuando te equivoques en algo, dímelo. Mejorará mi opinión de ti y me enseñarás a admitir también mis errores.
No me compares con nadie, especialmente con mis hermanos. Si me haces parecer mejor que los demás, alguien va a sufrir. Y si me haces parecer peor, seré yo quién sufra.
Estimúlame a valerme por mí mismo. Si tú lo haces todo por mí, yo no podré aprender.
No me des siempre órdenes. Si en vez de ordenarme hacer algo, me lo pidieras, lo haría más rápido y más a gusto.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide y mantén esa posición.
Cumple las promesas, buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo, pero también si es un castigo. Dejame que aprenda que cuando dices «no» es «no».
Trata de comprenderme y ayudarme. Cuando te cuente un problema no me digas: “eso no tiene importancia” porque para mí si que la tiene.
No me digas que haga algo que tú no haces. Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no me lo digas. Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.
No me des todo lo que te pido. A veces sólo pido para ver cuánto puedo recibir o hasta dónde puedo llegar.
Quiéreme y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir aunque tú no creas necesario decírmelo.
Magdalena Cubel Alarcón
Psicóloga Clinica Valencia (Benimaclet)
No Comments